11.18.2008






Los Amigos de Le Carré


por Gus

La última novela de Le Carré que leí se llama "La gente de Smiley" debería comenzar por decir que con ella yo me siento parte del clan de los amigos de Le Carré.


No es que piense lo mismo que él. Mientras las novelas de Le Carré viven en el mundo de "la guerra fría", yo creo que él mundo actual ha pasado a una época nueva y peor la de "la guerra sucia". Un asunto que nos afecta a todos sea que vivamos en medio del terror que agencia el imperio o en el nirvana de algún país nórdico. Y que personalmente sufro intensamente. Pero hay algo que me resulta conmovedor en "La gente de Smiley". La manera como Le Carre crea el tejido de sus novelas, hace creíble su narrativa o engarza su mundo.


Como me ha gustado tanto el texto, leo con frecuencia al azar algún capítulo. Anoche he leído el texto donde Smiley va al escenario del asesinato de Vladimir y trata de digerir y comprender el suceso. Se trata de un campo deportivo con toda su crudeza y su escatología. Humedad, botellas, cajas de cigarrillo, basura. Lo que se vive allí es un diálogo con los objetos de ese escenario. Un diálogo con lo usual, lo menudo, si se quiere la porquería. Lo primero es la interpretación de las huellas. Enfundado en su papel de detective de ese ente abstracto llamado La Serrat (que bien podría tomarse como Scotlan Yard o algun antro parecido), Smiley se esfuerza por comprender el significado de cada paso postrero de Vladimir: la intensidad de las huellas del tacón y la contera, pueden llevar a discurrir sobre los nervios del sujeto y/o la rapidez con que camina. Un catálogo de deducciones, no diría que a la manera de lo mejor del genero policíaco sino a la manera personal de Le Carré. En esto le Carré no tiene prisa y es pródigo: Asocia la historia que van dibujando los zapatos al paisaje. Levanta desde allí al viejo en su estatura, trata de pensar como él, recuerda con frecuencia "las reglas de Moscú" que constituían el acerbo desde el que actuaba o actuaría Vladimir y se concentra tanto en su investigación que más de un transeúnte lo toma por descarriado. Sin perjuicio de los que lo creen practicante de algún movimiento místico de origen chino o de la ayuda que en el ejercicio de la piedad por los sufridos, se atreven a ofrecer dos monjes budistas.

El acopio de datos apegado a la realidad del paraje es apropiado. No sólo es un buen ejemplo de la paciencia que en trances como ese ha de lucir un escritor sino que hace verosimil el texto.

Pero no hay que perderse en la prodigalidad de los detalles, me parece, lo que acá se destaca es el contraste o la complementaridad entre un caracter de ficción y la experiencia del autor. Me explico: Le Carré parte de un caracter que ha creado: Vladimir, y a partir de ese diseño acude a sus propios recuerdos para ponerlo a actuar.


Felizmente en una "autoentrevista" de "El País" titulada "la Furia de le Carré" el autor parece confirmar estas suposiciones. Invito a los lectores a leer esa entrevista, pero para de lo que se trata aquí, apunto que a partir de unos personajes boceteados o pretendidos o hechos con meras cualidades abstractas, el autor acude a su experiencia para darle vida y ponerlo a andar.

Recuerdo con frecuencia una frase que leí o alguien le atribuía a Roberto Bolaño: "Una novela no se construye con la imaginación sino con los recuerdos". Esa frase que resultará común y sin brillo a muchos lectores, a mi me cambió la forma de mirar el quehacer de los narradores y mi propio quehacer. Esa preocupación central de cómo construir personajes vivos y ricos toma su camino real a partir de aquí.


Y una muestra es ese Vladimir a punto de morir. Le Carré no sólo lo pone a andar sino que hace que Smiley lo sufra... Y tanto sufre Smiley la muerte de Vladimir que en algún pasaje será capáz de prometerle a Dios "volverse bueno" si no hay más Vladimires muertos en su camino.