Por Gus
Los comentarios a “La Sombra del Viento” impresionan, no sólo por el unánime entusiasmo, sino también por el prestigio de las fuentes de donde provienen. La reciente “El Juego del Ángel” no ha ido en menos, ha provocado que en Alemania e Italia a Ruiz Zafón –autor de ambas novelas- se le compare con Charles Dickens y Cervantes. Estamos ante una obra enorme que crea enconadas pasiones y ante la cual no se puede ser indiferente. Una de estas raras obras que llena aquel pedido que Borges hacía: el de la de la eficacia narrativa.
Nos hemos propuesto aquí mirar un poco la construcción de los personajes y en particular al antagonista o dicho de otra forma analizar al “malo del cuento”. Es decir, quisiéramos discurrir sobre la incubación y el desarrollo de Andreas Corelli - el diabólico personaje de "El Juego del Ángel" y sobre Lain Coubert el no menos demoníaco personaje de "La Sombra del Viento".
Sabido es la importancia del antagonista. A veces es el actante, quien mueve los hilos de la trama narrativa, reduciendo al protagonista a un papel contestario. Pero aún cuando no sea así, se suele mirar por la factura de estos personajes cuando se quiere conocer la jerarquía del narrador.
Daniel Sampere, el héroe de "La Sombra del Viento" conoce a Laín Coubert en un noche oscura y llena de presagios. Es la noche de su cumpleaños (16 años) y el cielo llora y el alma de Daniel se desgarra. El aniversario ha resultado un día lleno de frustraciones y tristeza. Es la primera vez que Laín Coubert aparece en la novela y bien pronto deja la impresión de ser un personaje diabólico, sino el diablo mismo.
Corelli no aparece en situaciones tan dramáticas. Se hace presente por medio de un documento: Una carta de felicitaciones enviada a David Martin, el protagonista de la novela que comienza a realizar esa ilusión que todo escritor novel persigue: la de publicar su obra y obtener un contrato de publicación. La de Corelli es una extraña (si se quiere exótica) invitación. Una carta rematada por la firma de A. Corelli con nombre propio, bajo el sello de un ángel. La impresión que me dejó la carta es la de que el remitente es un ser pagano y místico a la vez. Y el narrador, en cada detalle que va presentando, lejos de ocultarlo parece dispuesto a destacarlo. El papel fino y color violeta, la descripción del logo. Y luego, cuando llevado más que todo por la curiosidad, Martín acepta y asiste a la invitación, termina por participar en una fiesta pletórica de sensualidad y sexualidad. Todo un sueño fantástico, tan feliz, delirante e imposible que a el lector habituado a estos tránsitos, no le resultará extraño encontrar después que ha estado en un local que había desaparecido 30 años antes bajo un incendio y que seguramente ha hecho el amor con una muerta o con una encarnación o con un ser que no es de este mundo. La perfección del amor carnal, descrito como si se estuviera en posesión del lenguaje secreto de los cuerpos, no está alejada de la experiencia y los sueños de la gente. De la perfección del amor, tan democrática por suerte, todos habremos alguna vez participado. No es ese delirio un trasfondo indiferente. Lo que interesa, no obstante, destacar es el carácter y el ambiente de las apariciones primeras de los antagonistas. Tanto Corelli como Laín Coubert participan de la condición de seres peligrosos, horrendos y místicos a la vez. Para decirlo con los sentimientos que en nuestra adolescencia católica nos hubieran inspirado: Estamos ante la presencia del demonio o algunos de sus enviados.
Naturalmente, frases como "viento frío", "piel de réptil" corresponden a ese ambiente. A. Corelli y Laín Coubert comparten además otras características. La de tener ojos muy expresivos, es una de ellas. El contraste es con un rostro que no tiene nariz ni labios en el caso de Coubert y con una cara de chacal en el de Corelli. Pero el efecto en el lector tiende a ser el mismo: se trata de personajes monstruosos y sobrenaturales. Además ambos son extranjeros de España y en ambos sucede el curioso suceso de que en algún momento de la novela el carácter maligno que los define parece desplazarse a otros personajes.
Ninguna de estas similitudes son características menores pero hay aún algunas otras que se destacan. Una de ellas es la relación de estos antagonistas con el fuego. En el caso de Coubert es el quid del dramatismo del personaje. Quemado y desfigurado, Coubert asume que el sentido de su vida es sólo uno, el de destruir los libros que antes ha escrito, para que no quede memoria de ese ser funesto que ha sido. Corelli por su parte, recurre al expediente del fuego una y otra vez. Desde su aparición hasta el final el libro está recorrido por los memorables incendios que este personaje provoca.
Sin embargo, quizás la más importante similitud se refiere a la relación que estos personajes tienen con los libros. Coubert se sabe un buen escritor, que no obstante nunca alcanza el éxito. Y tal vez sea imposible imaginar un tormento mayor que el del personaje que a sabiendas de su calidad como escritor, asume en el mundo la función de hacer desaparecer sus propios libros.
Corelli entre tanto es hasta el final, un ser fantástico que se ha planteado el propósito de crear una nueva y fatal religión pero que requiere de un escritor al que le encarga la redacción de un libro –una fábula- que sirva de base al edificio de esa nueva creencia. Sabemos al final de la novela que no es con David Martín el primer intento de crear esa Biblia, lo cual nos deja el presentimiento de que la verdadera finalidad de Corelli no es fundar una religión, sino alentar la creación de esas fábulas.
Ambos endemoniados antagonistas tienen como telón de fondo esa notable y memorable invención de Ruiz Zafón: El cementerio de los libros olvidados.
De nuevo será preciso recordar que el fundamento sobre el cual estos personajes adquieren su estatura demoníaca que los hace tan interesantes y complejos, posiblemente se encuentre en la herencia religiosa de los lectores. Por más que nos hayamos apartados de esas creencias, de alguna manera el diablo, de nuestra niñez o adolescencia sigue recorriendo nuestros sueños. Desafortunadamente faltarán muchos años aún antes de que en el onirismo ese diablo fantástico sea reemplazado por el capital financiero: verdadero demonio de todos estos años de nuestra vida.